La agricultura argentina acaba de lograr su último récord (95 millones de toneladas) y ya se dispone a batirlo una vez más: la superficie sembrada se incrementaría esta campaña otro 3% y las pretendidas 100 millones de toneladas aparecen a la vuelta de la esquina. ¿Hasta dónde se puede llegar? ¿Cuánta tierra más puede cultivarse? ¿Es algo sustentable? Es materia de debate. Pero este proceso de intensificación agrícola ya cumplió una década y lejos parece de frenar. Todo lo contrario, la fuerte suba de los precios de los granos le otorga nuevos bríos.
El campo vive una transformación franca. La superficie sembrada crece sin pausa, mientras ceden terreno la ganadería y otras actividades. Esta modificación del mapa productivo tiene a la soja como su gran disparador.
El proceso se inició en la campaña 1997/98, cuando irrumpió la variedad transgénica del cultivo. Desde entonces, la superficie agrícola total creció 6 millones de hectáreas, desde 26 a las más de 32 mill/ha que se esperan ahora.
Pero los campos con soja crecieron todavía más: 8,8 mill/ha.
Es evidente que otros rubros ceden mucha tierra a la nueva reina de estas pampas, que ya ocupa más de la mitad del área agrícola, aportó el último año 47 millones de toneladas y casi 12.000 millones de dólares en divisas, por cerca del 20% de las exportaciones totales.
La Fundación Producir Conservando pronosticó lo que puede venir si, como todo parece indicar, este camino se profundiza.
Para el 2015, según ese estudio, las siembras podrían cubrir más de 37 mill/ha y la producción podría superar los 122 millones de toneladas de granos, casi 30% más que el récord de este año.
La intensificación del agro, como toda transformación, tiene consecuencias positivas y negativas, deja ganadores y perdedores.
Lo cierto es que ya nada será como fue. La postal del campo a la que estamos acostumbrados está mutando al ritmo de los buenos precios –o mejor dicho, de los mejores precios de la historia– y la rápida adopción de tecnologías entre los chacareros locales.
"Estamos frente a un cambio importante en el escenario internacional. Tanto en soja como en maíz aumentó fuerte la demanda desde Asia y por los biocombustibles. Esta situación se refleja en los precios y, frente a ese incentivo, la Argentina incrementó fuerte su producción. Para hacerlo, evidentemente está utilizando el recurso tierra que antes estaba destinado a otras actividades", señala Raúl Dente, asesor de la Federación de Acopiadores.
No es difícil dar con las actividades que, en la última década, retrocedieron frente a las oleaginosas. Cedieron hectáreas el trigo y el girasol, además de otros extrapampeanos, como el poroto y el algodón en el Norte. Y es que la soja ha mostrado una enorme capacidad de adaptación a las condiciones más disímiles. Esto explica su penetración en amplias zonas de Chaco, Santiago del Estero o Salta, donde además permitió una ampliación de la frontera agrícola. A veces en suelos ya preparados, otras mediante el polémico desmonte.
El gran perdedor Pero Daniel Rearte, experto del INTA, apunta que la gran víctima fue la ganadería. Es que esta actividad cedió cerca de 11 mill/ha en los últimos 14 años, aunque esa retirada no significó liquidación.
En rigor, "el stock ganadero hasta el 2006 se ha mantenido estabilizado en alrededor de 54 millones de cabezas", apunta el experto.
En dónde meter las vacas para poder sembrar más se ha convertido en un gran problema para los productores, que a pesar de los entuertos del negocio de la carne (desde la aftosa hasta la suspensión de las exportaciones), se resisten a desprenderse de sus animales. "Hacen todavía ganadería para diversificar riesgos, o por vocación, o por razones impositivas, o porque sencillamente no saben dónde invertir los continuos excedentes agrícolas", intentó explicar el analista Ignacio Iriarte. Lo cierto es que los vacunos están de mudanza, muchas veces subsidiados por la agricultura. La situación fue evidente en la última creciente del Río Paraná: se vivió en la zozobra cuando hubo que sacar 3 millones de cabezas de islas del Delta.
Es acelerada la modificación del mapa ganadero. De a poco, las vacas abandonan las zonas aptas para cultivar y se retiran hacia otras que se consideraban marginales. Según Rearte, la región pampeana detentaba 63% del stock bovino en 1994 y ahora tiene 56%. En cambio, crecieron los vacunos en el NEA, el NOA y la Región Semiárida (San Luis y La Pampa). Esas tres zonas reúnen casi 40% de los vacunos.
Este desplazamiento fuerza una intensificación ganadera, ya que mantener los índices de productividad en áreas no tradicionales requiere de pasturas, genética y sanidad. La del ganadero que deja las vacas libradas a su suerte es una postal a revisar.
Otra es la de los novillos comiendo solamente pasto. Por falta de espacio en la apretada pampa, cada vez es más frecuente ver grandes concentraciones de animales encerrados a la vera de las rutas.
En los denominados "feedlots" se los pone a punto para la faena, en base a granos. Se estima que hay 300 de esos establecimientos que engordan cerca de 2 millones de vacunos al año, sobre una faena total de 13 millones.
Los ganaderos no son los únicos tentados por la soja. En la última década, la cantidad de tambos cayó de 20.000 a 14.000, ya que los márgenes de la lechería no siempre pudieron competir.
Por Matias Longoni | mlongoni@clarin.com
link: http://www.ieco.clarin.com/notas/2007/10/30/01529182.html